-"Antes del fin" fue un legado de un maestro para
sus discípulos en la vida. ¿Qué le agregaría a ese libro que no incluyó en su
hora?
-Si tuviera esa novedad habría encontrado la respuesta a los
interrogantes que tanto me preocupan en este tiempo de crisis. Pero creo que la
falta de respuesta no justifica la pasividad. Todo lo contrario; debería
empujarnos al compromiso del mismo modo que uno reacciona instintivamente ante
un gran terremoto. Cuando vemos la tierra resquebrajarse no nos quedamos
sentados pensando que nada se puede hacer. Rescatamos de entre los escombros al
menos esa vida que está a nuestro lado, hundida, sufriendo. En esos momentos
advertimos que es en medio de una grieta donde se nos manifiesta una salvación.
Las grandes crisis exigen nuestro compromiso.
-¿Eso sería asumir nuestra ciudadanía?
-Replegarse en el individualismo me parece un acto de
mezquindad. No podemos desentendernos, ya que todos tenemos una responsabilidad
en momentos tan decisivos de la historia. En medio de la estampida se ignora la
magnitud del desastre. Pienso que algo de eso estamos viviendo. Necesitamos el
valor de ir hasta los márgenes, de penetrar en las grietas.
-Su relación con los jóvenes es afectuosa y fluida. ¿Qué le
preocupa hoy de ellos?
-Cada vez que me encuentro con jóvenes me hablan siempre de
la angustia que viven por la especie de naufragio en que estamos metidos. Es
casi imposible avanzar cuando se carece de un horizonte hacia el cual dirigir
la mirada. Hacia dónde los muchachos y las chicas pueden proyectar su futuro,
si vivimos con la sensación de que nos queda país para uno o dos días.
Lamentablemente esto está produciendo la estampida de jóvenes al exterior.
Fíjese qué triste: un país donde los hijos de inmigrantes llegaron a ser
presidentes de la Nación acaba convertido en otro con un índice elevado de
emigración.
-¿Cuáles son las cualidades de las jóvenes de hoy que lo
sorprenden por comparación con su propia juventud?
-Suele decirse que los jóvenes son escépticos, que se
desentienden y no les preocupa lo que pasa a su alrededor. Cuando yo era joven,
los que nos volcábamos al comunismo no lo hacíamos luego de haber leído
"El Capital", de Marx, sino porque nos sentíamos identificados con el
digno reclamo del movimiento. Con los años, la quiebra total de valores, el
fracaso de las ideologías, la mediocridad de la clase política, la falta de
dignidad y de honor que observamos en tantos hombres generan angustia en los
jóvenes que, por su sensibilidad, sufren la gravedad de estas crisis sin saber
dónde dirigirse.
-Aumenta su desencanto ciudadano.
-Muchos bajan los brazos. Pero pienso que no es ésa la
situación de la gran mayoría. La desazón que sienten es un signo evidente de
que no son apáticos. Se rebelan como pueden, a veces de modo violento e
ilógico. Pero una rebelión no tiene por qué ser razonable. Además, cuántos de
ellos trabajan en tareas solidarias, en zonas de emergencia, en hospitales y
villas. El crecimiento de personas que realizan tareas solidarias es también un
signo de nuestro tiempo.
-¿A quiénes podemos recurrir hoy para obtener una mirada
esclarecedora de nuestro tiempo?
-Lamentablemente nuestra época tiene puesta su mirada en las
figuras del espectáculo y en el triunfo fácil e inmediato. Los propios medios
los han encumbrado. Hasta los mismos políticos aparecen vinculados a hechos y
actitudes propios de un folletín. Todo eso genera un gran vacío; estos falsos
pilares son incapaces de otorgar sentido en el momento en que se busca a quién
recurrir. Los referentes en los que se puede hallar un valor, que abren un
camino, están fuera de la pantalla. Son los que asumen ese compromiso del que
le hablé. Están metidos en los intersticios, no en los grandes salones. No
producen imágenes ni discursos sino actos. No brillan con reflectores, pero son
los que en verdad iluminan este período tan oscuro de la historia.
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