
la de sí misma, la del aire de este mundo,
por lo que es, en ella, lo confundo
con lo que fui de cuerpo y no de mente.
Si en la del alma espanta el vehemente
designio sin deseo y sin segundo,
en esta vence el incitar jocundo
de un ser cabal, deseado, competente.
Así el engaño y el pavor queridos
cuando la rosa que movió la mano
golpea, dentro, al interior humano.
Que obra alguno, divino de pequeño,
que no soy y que sabe, por los idos
dioses que fui, ordenarse asá el ensueño.
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